Aquest divendres per la tarda els joves socialistes de Sant Feliu de Llobregat organitzen una exposició fotogràfica sobre la violència de gènere al Casal de Joves.
A l’acte intervindran l’Eulàlia i la Noelia, dues joves santfeliuenques i membres de la Joventut Socialista que sempre han mostrat la seva sensibilitat vers aquest tema. Una representant de l’Associació Dones 21 de Sant Feliu també participarà del debat.
La Noelia ha escrit un conte que val la pena llegir tot i que sigui amb el cor compungit.
PROMETO AMARTE Y RESPETARTE Miró hacia el suelo intentando ocultar sus lágrimas, luego despacio se levantó, abrió la puerta de la habitación, fue al servicio se lavó la cara y se puso maquillaje en el cuerpo. En la cara y en el corazón.
Ella estaba viva, pero muerta por dentro. Allí donde se mueren los sueños, donde nacen las emociones perdidas, donde las razones se pierden y bailan con el sonido del fin de las películas, donde atrasaba el tiempo treinta años y soñaba de nuevo con ese príncipe azul que nunca llegó. Allí donde la fe y un dios desconocido son los dueños de un corazón que llora en silencio. Las heridas que aun supuran. El sabor amargo del despertar.
Lentamente miró por el quicio de la puerta. Vio el pasillo, había tres puertas abiertas y tres caras entristecidas esperaban a que su madre saliera de la habitación. Salió con una mueca en los labios parecida a una sonrisa, pero no dijo nada y siguió pasillo adelante hasta la cocina, pero el niño pequeño salió tras ella, la abrazó por detrás y un gesto de dolor en el rostro advirtió que todo había sido hacia ella. Pero ni una queja mas, se fue sin decir nada, fingiendo una sonrisa forzada, estirando el hilo del perdón.
Llegó a la cocina y sigilosa miró hacia el comedor. Allí estaba él viendo la televisión, como si nada hubiera pasado.
Se quedó allí parada frente a la puerta y con la vista perdida veía una y otra vez unas imágenes que se sucedían y que se perdían. Una y otra vez los mismos golpes, y todos en diferentes situaciones. Entonces un frío infernal empezó a recorrerle el cuerpo, estremeciéndola hasta la desesperación. Tenía tanto miedo que su dulce sonrisa de antaño era una mueca en los labios. Constante, hiriente y vacía.
A veces se imaginaba con sus hijos en un país distinto, lejano y libre. Pero entonces abría los ojos y de golpe, simplemente la realidad.
Tenía que pensar que iba a hacer con aquella vida que odiaba, no tenía nada sólo un piso pequeño y una cama que apenas tocaba, era mejor el suelo que su compañía y aunque le doliera sabía que nunca podría dejarle, era demasiado duro para ella, volver a empezar, pero ¿Qué haría? el valor no era su fuerte, pero y su vida ¿la amaba tan poco que seguiría allí? No debía, no era lo mejor.
Sufría, en silencio, nadie lo sabía, se hundía como un barco con miles de brechas imposibles de cerrar, y poco a poco el cascote se iba inundando, un golpe definitivo y se acabaría todo. Y no quería que llegara ese momento.
Entre sueños y dudas ella seguía allí de pie. En la cocina. En la esclavitud que él le había regalado, unos cuantos platos sucios y miedo, mucho miedo.
Levantó la mirada e hizo un amago de ir hacia el comedor y explicarle que lo que había hecho no estaba bien, que lo que debía hacer era controlar aquel mal genio. Sin embargo, se quedó paralizada cuando le vio venir hacia ella. Él no dijo otra cosa que ¿no está la cena? Y la miró asombrado por que ella estaba encogida en la puerta, llena de miedo, con la cabeza metida entre sus brazos, asustada, tan asustada que temblaba como una niña pequeña delante del animal más feroz.
Levantó la mirada y clavó sus ojos negros en él. Intentó decirle algo, como tantas otras veces que se quedaba en la cama con los ojos cerrados pero con el corazón dolido. Sin embargo volvió a agachar la cabeza y una vez más las palabras se quedaban danzando en el paladar, como si fuera la mecedora que el aire mueve con su furia.
Él, con su mirada inmóvil y aquél andar sacado de las películas del oeste, no dijo nada más y salió fuera, sin mirar siquiera a las tres caras entristecidas que observaban cada uno de los movimientos que hacía él, su padre a veces un extraño y a veces nadie.
Salió hacia fuera con la extraña sensación de que entre aquellas cuatro paredes había dejado algo más que una mujer acongojada, había dejado también tres partes de su ser que no conocía, para ellos nada.
Cristina y Nerea continuaban en la puerta de la habitación, quietas, casi como estatuas, pilares de aquella casa que se caía con cada golpe de viento, testigos silenciosos de la muerte en vida, miradores de un futuro truncado. No sabían que hacer ni como actuar, la película en que debutaban había sobrepasado los límites de su realidad. Nunca decían nada, solo veían y callaban, solo viajaban con la mente. Observaron al niño pequeño que miraba hacia el final del pasillo con los ojitos brillantes y tristes. No sabía por que lloraba su mama, no comprendía lo que pasaba en aquella casa.
La puerta se cerró tras él y sin embargo en la casa no había más que silencio. Ella tenía miedo a que la vida dejara su nombre entre aquellas cuatro paredes, a que solo fuera un número más de aquella maldita cifra que aumentaba. No, ella no quería ser eso, ella no quería ser la protagonista de canciones que desgarran el corazón de quien las escucha, ella no quería ser una noticia, ella quería vivir.
Se levantó del suelo, se secó las lágrimas y observó las heridas que recorrían su cuerpo envejecido, mientras en su cabeza se agolpaban mil sensaciones y emociones. Flashbacks de un pasado que le habían robado. Miles de frases que escuchó y consejos que siguió. – él te quiere, pero ya sabes como es. – hija ten fe, con la ayuda de Dios cambiará, pero esfuérzate en ser una buena esposa.
Las gemelas fueron a buscar a su madre, no sabían como la iban a encontrar, no sabían que debían decirle a aquella mujer que lloraba lágrimas de cristal en cada amanecer cuando despertaba en aquel sofá duro y mugriento, cuando veía a aquella pareja que sonreía feliz en las fotos… y quince años habían pasado.Las niñas llevaban al pequeño Miguel entre sus brazos y fueron pasillo adelante sin que nada las separara de su objetivo: vivir
Como si fuera un aquelarre las tres mujeres se cogieron de las manos, mientras se abrazaban con fuerza. Pero no lloraron, no gritaron. No rezaron por que Dios hacía tiempo que había dejado de escuchar sus plegarias. No esperaron una ayuda que no iban a recibir, ni dejaron al destino o al mismo Dios, una decisión que podía costarles la vida a ellas.
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El pequeño estiró la falda de su madre. En sus ojos la niebla de la confusión y el brillo de la infancia.
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La madre miró a sus hijas y las abrazó de nuevo. Sostenía una maleta vacía en sus brazos, de aquella casa no quería llevarse nada mas que la vida. Y tan solo una frase salió de sus labios –volvamos a empezar-
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Salieron a la calle y todo el mundo las vio. Todos vieron las lágrimas que recorrían el rostro descompuesto de aquella mujer y sin embargo nadie hizo nada, solo avisaron al hombre solitario que había al final de la barra. lloraba, maldecía, pero continuaba en aquél bar esperando la hora de la vuelta a casa.
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Él las miró, pero no se dio cuenta de lo estaba pasando. No era consciente del giro que estaba a punto de dar la vida, la necedad se paseaba por su cuerpo haciendo de él un inútil, no sabía nada.
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Ella se acercó a su marido y le entregó una carta, ofreciéndole la última mirada que vería nunca, la última vez que la vería a ella. Y ella subió al taxi sin esperar una mirada de él.
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-con 74 mujeres muertas es suficiente para afrontar el problema, ella sobrevivirá. Dijo una voz a lo lejos.
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Él abrió la carta, dentro un ADIÓS corrido por las lágrimas. Fuera, una mujer libre.
Noelia Prieto González